Ella era esa chiquilla que se acostaba en su cama tapada hasta la nariz. Que con sus grandes ojos me observaba, y con una ligera sonrisa, no paraba ni un minuto de hablar y hablar sobre las cosas fascinantes que quería vivir. La niña vestida de domingo, que paseaba con desaires por el paseo. Con esa piel morena que te abraza sin previo aviso y al palpar su piel, tan transparente como sus comisuras, mostraban que no tenían miedo, porque ella siempre tenía el amparo del mar.
Al levantarse de la cama, caminaba de puntillas por el frío, se limitaba a girarse, reír y correr, mientras yo me enfrentaba solo a la inmensidad que su cuarto me suponía. La curiosidad me tiraba de la camisa, y acabé por revisar cada rincón de su cuarto, siempre al acecho por si volvía.Yo sabía que si se lo pedía me enseñaría hasta el último lunar de su cuerpo, pero a los chicos como yo, nos gustan los retos, cabrear a las mujeres, metiéndonos a hurtadillas en sus vidas. Y encontré algo que no había visto en el cuarto de otra mujer. ¿Quién tiene un cuaderno de vuelo? ¿Un cuaderno de dudas y realidades? Ella estaba inmersa en un mundo paralelo al real. Eso es raro, pero me atraía.
En ese momento, regresó y me pilló mirando las muchas fotos en blanco y negro de su pared. No dijo ni media palabra. Se acurrucó nuevamente entre las sábanas y se limito a analizar cada paso que daba. Al girarme la volví a ver riendo. - Esta chica, a pesar de hablar mucho, todo lo que siente lo calla. Y ahí en la mirada, estaban todas sus palabras , las verdades nunca dichas. - Y en el fondo sabía que en vez de rescatarla de su mundo paralelo, acabaría siendo acunado por sus ojos.
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