La pequeña Lía un día se enamoró de una canción. Decidió sacarla a bailar y acabó presentando le a aquel viejo tocadiscos de su sótano. Lía se enamora de una voz y no deja de hacerla rabiar, para escucharla más. También de las extrañas formas de las nubes, para espiarlas sobre la hierba. De las películas que la dejan perpleja. De los sueños salvajes. Ella se enamora de una manía e insiste hasta verla rendida en sus pies. De los piropos que ya nadie quiere. De las migas de pan y los trozos de galletas entre las sábanas. El último viernes de Junio, se enamoró del sol que entraba por su ventana y claro, lo invito a cenar a la luz de las velas. Se enamoró de tantos libros de una noche, y acabó dormida abrazados a ellos. De la suerte caprichosa, hasta acabar haciéndola su novio. De una jugada maestra. De aquella frase que no encaja. De un calcetín sin pareja. Del último suspiro del día. Se enamoró de la rama que dejó ciega al amor, y del papel de lázaro de la locura.
Lía se enamoraba de ella misma, de la vida que le rodeaba y después de cualquiera.
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