Está claro que, podría darte mi número, tu seguramente me hablarías por whatsapp y yo esperaría como una niña pequeña a que me llamases, imaginando que aún hay chicos que lo hacen. Quedaríamos en algún sitio bonito, sencillo y ambos jugaríamos a la timidez, una vez más. Nuestras palabras se entrelazarían torpes y tu me tirarías el humo a la cara por los nervios, te daría una patada por debajo de la mesa y claro, nos reiríamos. A partir de ahí todo acabaría siendo mucho más fácil. Jugaríamos a pagar rondas de cerveza, hasta emborrachar las ganas de besarnos. Amanecería en el sofá y nuestros cuerpos aún se estarían presentando.
Comenzaríamos con las típicas bromas por repetir lo sucedido. Quedando infinidad de veces, en principio buscando excusas por vernos, y después excusándonos por no hacerlo. Esas semanas, e incluso meses, todo sería jodidamente perfecto, la cama, la risa, las mariposas en nuestros estómagos.
Y de buenas a primeras una mañana de otoño, nos daríamos cuenta de que estamos queriendo. Con suerte ninguno de los dos, enfermaríamos de cobardía o de orgullo. Como primer plato, no le daríamos demasiada importancia a los enfados, pero luego nos enfadaríamos sin importarnos. Como segundo plato, trás el premio de reconciliación nos sentiríamos invencibles, únicos, hasta que en una noche fría tu mano encima de mí no signifique nada. O llegue el momento en el que tu aborrecerías hasta la manera en la que hablo. Como postre, llegaría el momento en el que puede que hasta fingiéramos que no nos hace tanto daño, aun que como mínimo uno de los dos saldría mal parado. No es que tenga miedo a que me hagas daño, pero digamos que últimamente ando un poco perezosa, mi corazón está en stand by y mis ganas de querer llenas de polvo. Encima, yo no quiero un amor así, yo quisiera algo completamente diferente, digamos que al revés.
Uno que empezase con gritos, continuara con caricias y se aferrara a los besos. Uno que no termine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario